Lo que, desde mi punto de vista, son los mejores directivos destacan por una sola cosa: recorre su propio camino. Se preocupa poco por la sabiduría de manual, por “los siete caminos hacia el éxito”, por “reglas” de la excelencia, por “recetas” del éxito, por la GE-Way, por las vulgaridades “Seis Sigma; no repiten como niños pequeños lo último que haya regurgitado cualquier “gurú” del management; no se dejan impresionar por todo el relumbrón ecléctico de la maquinaria para entontecer managers. Construyen partiendo de sí mismos, de su estilo propio. En cierto sentido, son “radicales libres” que se encaminan al lugar en que puedan volverse activos.
Toda esa extravagancia del tiene “que arder dentro de ti lo que quieres prender en otros : ¡como si cada colaborador fuera una bombilla! Pero nada se encenderá en él si él no se ha encendido por sí mismo.
Construyamos sobre aquello que el ser humano ya es; no intentemos mejorar lo que él no es.
El ser humano solo se transforma si él mismo lo quiere. El desarrollo no está excluido. Pero tiene que marchar por un camino propio, no por uno que, señalado por otras personas, se oriente más que nada por intereses ajenos.