Si es posible que algo auténtico de la vida humana sobreviva en este futuro al que hemos sido precipitados, ese algo no tendrá lugar en la Red. La Red se ha convertido en un barrio demasiado transitado o frecuentado, en una sofocante arqueología de esperanzas sepultadas.
La autonomía del individuo parece ser complementada y mejorada por el movimiento del grupo; mientras que la eficacia del grupo parece depender de la libertad del individuo.
Una libertad o un placer que se basa en la esclavitud o la miseria de otra persona no puede finalmente satisfacer al yo porque es una limitación o un estrechamiento del yo, una admisión de impotencia, una ofensa contra la generosidad y la justicia. Nuestra libertad depende de la libertad de otras personas, porque nuestro destino está inextricablemente entrelazado con el de los demás, especialmente con aquellos a quienes amamos.
Los que comprenden la historia están condenados a ver repetirla a otros idiotas.
La naturaleza no tiene leyes, solo hábitos.
No tenemos vida, sino «estilo de vida»- una abstracción de la vida, basada en el sagrado simbolismo de la comodidad.
Sólo estoy despierto en lo que amo y deseo hasta el punto del terror; todo lo demás no es sino mobiliario amortajado, anestesia cotidiana, cagadas mentales, aburrimiento subreptil de los regímenes totalitarios, censura banal y dolor inútil.